Oda a la pareja

 

Esta semana, niños y profes hemos tenido el privilegio de disfrutar de un merecido puente, y yo lo he pasado en Valencia. Optamos por el tren. Mientras bajábamos las escaleras mecánicas al andén, mi novio y yo vimos a un grupo de chicas con tutús rosas y diademas de no sé qué elemento nupcial que subían en sentido contrario, y entre ellas una que destacaba: la novia. Sus amigas vitoreaban «Viva la novia», y los allí presentes emitimos un gritito de apoyo, excepto un hombre, padre de familia, que le dijo al cruzarse «Piénsatelo bien», a lo que la casi novia le respondió «Ya lo he hecho».

Unos días antes había hablado con mi pareja de un fenómeno que percibimos en algunas personas de nuestro entorno: gente que no quiere tener pareja. Ni discutible, ni debatible, un hecho.

Pero, oiga, da que pensar.

Y yo pienso que las parejas están muy denostadas.

Yo misma las he rechazado mucho tiempo, y mucho.

Y ahora, desde el otro lado, me parece muy injusto haberlo hecho, porque la pareja es un elemento de orden y de paz, y a la vez de ilusión y creación. Y tras haber superado yo misma mi propia resistencia, creo haber entendido el porqué.

Por un lado, el comentario de aquel hombre es sólo una muestra de lo que parte de la sociedad emite acerca de las parejas: “Hoy vamos sin la parienta, que no les gusta que bebamos tanto”, “Te casaste, la cagaste”, “te casas, ¿estás seguro/a?”. Con estas y otras frases entendemos que el matrimonio, que es la máxima (entiéndaseme) expresión de la pareja, es un verdadero martirio. Es una cárcel de la que no se puede salir. Como agapornis hasta el fin.

Bien es cierto que esa concepción de pareja se formó en el pasado, cuando la gente se casaba (muy) joven con una persona con quien nunca habían convivido y encima con presiones para con la otra parte: en el caso de la mujer, limpiar rápido, cocinar rico, cuidar de su maridito, engendrar hijos y cuidar de ellos también, y en el caso del hombre, mantener a la familia, y no sólo económicamente, sino también en el ámbito de crear y hacer permanecer el orden, “cumplir” en la cama, y, a ser posible, ser el macho alfa de la manada. Y lo peor no es esa presión o el formar parte de algo tan serio como el matrimonio y la coexistencia y el llevar una casa a tan corta edad, sino que… ¡no puedes salir! Porque el divorcio estaba feote, y te marcaría de por vida. Y si eres mujer… ¿adónde vas sin dinero? Supongo que todo este percal fue el que creó ese concepto de matrimonio – cárcel.

Pero hoy en día las cosas no son así. Ni parecidas. De soltero tú vienes, vas, sales con amigos, viajas con tu familia o quien te dé la gana y pasas el tiempo que quieras contigo mismo. Y con pareja (una sana, esto es condición indispensable) tú vienes, vas, sales con amigos, viajas con tu familia o quien te dé la gana, pasas el tiempo que quieras contigo mismo y además disfrutas del tiempo en pareja. Es verdad que disminuyes un poco tu frecuencia en las anteriores actividades, pero todas ellas permanecen.

En fin.

Y también están esas personas que, por experiencias negativas previas, o por haberlas visto en su entorno, niegan la evidencia: ¡María, que sois pareja! Que no paráis de hablar a todas horas, de pensar en el otro, de quedar, de hacer planes… ¡Que le conocemos hasta las amigas! ¡Que te mueres por presentarlo por ahí!

¡Que se te nota en la mirada

que vives enamorada!

Rocío, que es tu novio.

Que tener pareja… ¡Es eso! ¡Sorpresa!

Creo que muchos hemos sido los que hemos incurrido en el error de pensar que hasta que no estuviésemos asqueados, repugnados, desagradados y abominados, no somos pareja. O, su derivado, que si te haces su pareja, entonces vais a empezar a estar asqueados, repugnados, desagradados y abominados.

¡Que no, que no! ¡Que entonces nadie tendría pareja! ¡Déjate querer!

Échale tomates, Mari, o Mario, y hazte su noviete, te vas a alegrar.

 

Love,

Nere






Pd: mención aparte merecen aquellas personas que se aprovechan de la indecisión y baja autoestima de las personas que aún no se atreven a tener pareja, pero que están insertos en una no pareja - pareja y enamorados de la otra parte, aceptando las condiciones de la persona que no siente nada, con la frustración que ello conlleva. Ánimo, se sale.

Y también aquellos que, queriendo tener pareja, topan con alguien que les dicen que no la quieren, pero les da señales de quererla en un futuro que nunca llega. Todo mi fuerza para salir de ahí.

Seguimos escribiendo. 


Comentarios

  1. Muy buena reflexión, Nerea, y enhorabuena por tu blog 🥰 Te seguiré leyendo, me ha gustado mucho. Creo que, la clave de todo aquí es lo que comentas al final, tener una relación sana. Todavía está muy contaminado el concepto, y parece que tener pareja es sinónimo de ser un monstruo de dos cabezas que hace todo junto, o que uno va a amargar al otro. Nos queda mucho por recorrer. Un besito grande.
    Arantxa

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